09 enero 2009

Rosalía de Castro


Ofrecemos aquí dieciocho poemas del último libro de Rosalía. En ellos queda patente lo que hemos ido adelantando en el estu­dio preliminar: la visión desolada de la vida y del mundo, el dolor y la angustia producidos por la saudade, la fugacidad de la vida, la imposibilidad de recuperar el pasado, el amor perdi­do, etc.
1

Ya que de la esperanza para la vida mía
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría
tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la blanca luz del día.
Contenta el negro nido busca el ave agorera,
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido,
y mi alma en su desierto.

2


Era apacible el día
y templado el ambiente,
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amoroso afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas... es verdad, ha partido
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

3


Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro
quien seca el mar y hace habitable el polo.

4


Moría el sol, y las marchitas hojas
de los robles, a impulso de la brisa,
en silenciosos y revueltos giros
sobre el fango caían:
ellas, que tan hermosas y tan puras
en el abril vinieran a la vida.

Ya era el otoño caprichoso y bello.
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
Pues en la tumba de las muertas hojas
vieron sólo esperanzas y sonrisas.


Extinguióse la luz: llegó la noche
como la muerte y el dolor, sombría;
estalló el trueno, el río desbordóse
arrastrando en sus aguas a las víctimas;
y murieron dichosas y contentas...
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!

5


Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas, de mi suerte imagen:
no sé lo que me pasa al contemplaron,
pues como yo sufrís, secas y mudas,
el suplicio sin término de Tántalo.
Pero ¿quién sabe?... Acaso luzca un día
en que, salvando misteriosos límites,
avance el mar y hasta vosotras llegue
a apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde,beben su amor los serafines!

6


Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra
cariñosa a la escueta montaña,
donde un tiempo la gaita guerrera
alentó de los nuestros las almas,
y compás hizo al eco monótono
del canto materno,
del viento y del agua,
que en las noches de invierno al infante
en su cuna de mimbre arrullaban.
Que tan bello apareces, ¡oh roble!,
de este suelo en las cumbres gallardas
y en las suaves graciosas pendientes
donde umbrosas se extienden tus ramas,
como en rostro de pálida virgen
cabellera ondulante y dorada,
que en lluvia de rizos,
acaricia la frente de nácar.

¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
y que tornen contigo las hadas
que algún tiempo a tu sombra tejieron,
del héroe gallego
las frescas guirnaldas!

7


Alma que vas huyendo de ti misma,
¿qué buscas, insensata, en las demás?
Si secó` en ti la fuente del consuelo,
secas todas las fuentes has de hallar.
¡Que hay en el cielo estrellas todavía,
y hay en la tierra flores perfumadas!
¡Sí!..., mas no son ya aquellas
que tú amaste y te amaron, desdichada.

8


Ya siente que te extingues en su seno,
llama vital que dabas
luz a su espíritu, a su cuerpo fuerzas,
juventud a su alma.

Ya tu calor no templará su sangre,
por el invierno helada,
ni harás latir su corazón, ya falto
de aliento y de esperanza.

Mudo, ciego, insensible,
sin goces ni tormentos,
será cual astro que apagado y solo
perdido va por la extensión del cielo.

9

Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo,
triste, en la tierra, el color gris domina
¡el color de los viejos!


De cuando en cuando de la lluvia el sordo
rumor suena, y el viento
al pasar por el bosque
silba o finge lamentos
tan extraños, tan hondos y dolientes
que parece que llaman por los muertos.


Seguido del mastín, que helado tiembla,
el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;
el campo está desierto,
y tan sólo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gaviota,
mientras graznan los cuervos.


Yo desde mi ventana
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
el discorde concierto
simpático a mi alma...
¡Oh, mi amigo el invierno!,


mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?


¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!


10


En sus ojos rasgados y azules
donde brilla el candor de los ángeles,
ver creía la sombra siniestra
de todos los males.


En sus anchas y negras pupilas
donde luz y tinieblas combaten,
ver creía el sereno y hermoso
resplandor de la dicha inefable.


Del amor espejismos traidores,
risueños, fugaces...,
cuando vuestro fulgor sobrehumano
se disipa... ¡qué densas, qué grandes
son las sombras que envuelven las almas
a quienes con vuestros reflejos cegasteis!


11


En el alma llevaba un pensamiento,
una duda, un pesar,
tan grandes como el ancho firmamento,
tan hondos como el mar.

De su alma en lo más árido y profundo
fresca brotó de súbito una rosa,
como brota una fuente en el desierto,
o un lirio entre las grietas de una roca.

12


Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes,
ni los pájaros, ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman: —Ahí va la loca, soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraron, ni cómo vivir sin ellos?

13


A LA LUNA
¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

De su pálido rayo la luz pura
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.

Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.


La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,


la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cénit puro,
casta virgen solitaria.

14


LAS CAMPANAS


Yo las amo, yo las oigo
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y en el cielo!,
¡qué silencio en las iglesias!,
¡qué extrañeza entre los muertos!


15


En la altura los cuervos graznaban,
los deudos gemían en torno del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo
en los ecos de tal sinfonía;
algo negro, fantástico y mudo
que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,
esparcióse la turba curiosa,
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.

Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos robaron.

16


Aún otra amarga gota en el mar sin orillas
donde lo grande pasa deprisa y lo pequeño
desaparece o se hunde, como piedra arrojada
de las aguas profundas al estancado légarno.

Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe como escriben las olas en la arena,
el viento en la laguna y en la neblina el sol.

Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
ni que eterna repita sus murmullos el agua;
canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.

17


No va solo el que llora,
no os sequéis, ¡por piedad!,lágrimas mías;
basta un pesar del alma;
jamás, jamás le bastará una dicha.


Juguete del Destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.

18


Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña
pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran
recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?


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COMENTARIOS A LOS 18 POEMAS DE ROSALÍA

(Recuerda que están desordenados, la numerción del poema no se corresponde con la numeración del comentario)

1. Las dos primeras estrofas presentan versos endecasílabos y heptasílabos alternos, con rima asonante en los pares. La última consta de dos heptasílabos seguidos de dos endecasílabos, también con rima asonante en los pares. Se trata de una silva arromanzada, si bien en los cuatro últimos versos cambia la rima: de a-a pasa a e-o.
Es éste un poema en el que Rosalía trata el tema amoroso. Y, como se puede observar, lo trata desde el prisma de la pérdida del mismo. Esa llama vital que daba luz a su espíritu, que daba a su cuerpo fuerzas y juventud a su alma, va extinguiéndose poco a poco. Y, de nuevo, su corazón se quedará desalentado y sin esperanza; mudo, ciego, insensible, / sin goces ni tormentos; será como un astro apagado, solo, perdido en el firmamento.
También podemos interpretar esa extinción de la llama vital como una visión cercana de la propia muerte, ya sea ésta del cuerpo o del espíritu.
Observemos, en la segunda estrofa, los contrastes entre calor, el ardor, la pasión amorosa de la sangre y esta misma, helada por el invierno; entre el latir del corazón y su falta de aliento. No hacen sino acentuar la idea de algo que fue y ya no es. De un amor ya perdido.

2. En este poema podemos ver una buena muestra de la origi­nalidad de Rosalía y de su búsqueda de nuevos ritmos, basados en la combinación de versos de diferentes medidas. Los diez primeros son heptasílabos; los dos siguientes, alejandrinos con cesura; a éstos, les siguen diez endecasílabos; desde aquí hasta el final, combina los versos octosílabos con los endecasílabos. En cuanto a la rima, los diez primeros versos presentan rima consonante; las dos siguientes estrofas ofrecen un esquema irre­gular con rima asonante en el segundo y quinto versos. En las cinco últimas estrofas riman los versos pares en asonante, por lo que podrían constituir una variante de la silva arromanzada (recordemos que en la silva clásica se combinan endecasílabos y heptasílabos).
Esta composición se la inspiró la muerte, en 1876, de su hijo Adriano. Rosalía es consciente de lo frágil que es la vida, y acep­ta la muerte como un fenómeno natural. Sin embargo, tras ella siempre quedará su amor de madre por su hijo muerto, porque este amor —dice— es eterno. Como dijimos en nuestro estudio inicial, la autora necesita creer, quiere creer en una vida tras la muerte; necesita aferrarse a ello para convencerse así misma de que cuando ella muera volverá a encontrarse con su hijo. Es de destacar la duda que siempre planea sobre Rosalía: la esperanza de la vida después de la muerte, manifestada en la estrofa seis, se pierde por completo en la última («Nada hay eterno para el hombre...»), en la que, además, se acentúa la idea de la Fugacidad de la vida.

3. Todos los versos de este poema son endecasílabos, salvo el cuarto, que es heptasílabo. Estamos ante una silva asonantada en los pares; los impares quedan sueltos.
De nuevo el paisaje en un determinado momento del día, el anochecer, lleva a Rosalía a exponer su visión subjetiva de la realidad. Notemos cómo, para la autora, la alegría es algo caprichoso, algo subjetivo.
En la primera estrofa, además, alude a la fugacidad de la vida y a la rápida llegada de la muerte: las hojas de los robles, nacidas en abril, mueren en otoño. La alusión a la esperanza de la segunda estrofa se ve contrarrestada en la última con la pre­sencia definitiva de la muerte.
Es interesante reparar en el léxico referido a la muerte que domina todo el poema: moría, marchitas, tumba, muertas, extin­guióse, muerte, murieron, víctimas. También podemos interpretar como elementos referidos a la muerte, las palabras y expresiones siguientes: extinguióse la luz; llegó la noche / como la muerte y el dolor, sombría; / estalló el trueno, el río desbordóse.

4. En el poema Rosalía combina versos alejandrinos (de cator­ce sílabas) con heptasílabos. En este caso, la rima es consonan­te, si bien hay algún verso suelto.
Estos versos corresponden a la parte VII del poema inicial del libro, cuyo título es «Orillas del Sar». En las seis primeras partes, Rosalía contempla el paisaje de su tierra; sale al campo en busca de sosiego, paz y felicidad. Pero no lo consigue: la naturaleza le recuerda el fracaso humano. Se da cuenta de que, mientras la naturaleza se renueva constantemente, el hombre nunca puede recobrar su juventud. En esta séptima parte, Rosalía acepta esta realidad y se aísla del mundo. Considera que para ella ya no existe esperanza alguna (primera estrofa). Es tan grande su desolación, que hasta la «blanca luz del día» es capaz de aumentar su amargura. El único sitio en el que puede refu­giarse es su propia alma, un desierto yermo y sin vida. Obsér­vese el paralelismo entre «negro nido», «antro escondido», «sepulcro», «olvido» y «desierto». Y entre «el ave agorera», «la fiera», «el muerto», «el triste» y «mi alma».

5. Este poema es otra muestra del carácter innovador de Rosalía en la búsqueda de nuevos ritmos basados en la métrica. Combina en él, de forma irregular, los versos decasílabos con los hexasílabos. La rima es asonante.
En cuanto al contenido del mismo, muestra las inquietudes sociales de Rosalía: es una protesta contra la tala de bosques que el gobierno gallego realizó en 1882. La denuncia de la auto­ra no es gratuita, pues considera que la destrucción de los bos­ques llevará a la miseria a los campesinos gallegos que viven de la madera.
El poema presenta imágenes guerreras («donde un tiempo la gaita guerrera / alentó de los nuestros las almas; que algún tiem­po a tu sombra tejieron, / del héroe gallego / las frescas guir­naldas»). El regreso del roble a los montes significará, pues, la vuelta del héroe gallego, que acabará con semejantes desma­nes, culminando así la venganza del pueblo que soporta conti­nuas agresiones por parte de los poderosos.

6. Encontramos en este poema tres estrofas de versos endeca­sílabos, con rima asonante en los pares en cada una de ellas.
En la primera estrofa podemos apreciar la identificación entre el alma de la poetisa y el paisaje. Un paisaje sereno, soli­tario, sencillo, y su gratificante soledad. En la segunda estrofa se pregunta qué es la soledad, para contestarse que ella no está sola, pues el pensamiento llena esa soledad. En la tercera, alude directamente al dolor interior, que siempre la acompaña, que lleva dentro. Reflexiona sobre la alegría y el dolor, para acabar concluyendo que tanto una como otro no provienen de algo externo, sino que el origen de ambos es el propio corazón, tris­te o dichoso.

7. Todos los versos de este poema son endecasílabos, salvo el séptimo, que tiene siete sílabas. El segundo y el cuarto, por un lado, y el sexto y el octavo, por otro, riman en asonante.
Es éste un poema en el que, de manera más palpable, se muestra la pérdida total de esperanza de Rosalía. Cuando ello ocurre, no le queda otro remedio que escapar, huir de sí misma para intentar acabar con el desasosiego que la invade, para encontrar algo que dé sentido a su vida. Sin embargo, es cons­ciente de que no logrará su empeño, pues su mal va siempre con ella, sin poderlo evitar: ese dolor del alma, ese desconsue­lo, ese pesimismo, es algo connatural a ella, e irá con ella allí adonde vaya. Seguramente tiene mucho que ver el tema de esta poesía con la saudade, con esa angustia interior que le produce el sentirse sola en este mundo.

8. El poema consta de cinco estrofas irregulares en las que se combinan versos endecasílabos y heptasílabos, con rima aso­nante en los pares. Los impares quedan sueltos. Estamos, pues, ante una silva arromanzada.
De nuevo hemos de hablar de la identificación entre el pai­saje y el alma de la poetisa. Aquél es un símbolo de la desolación y el desánimo de ésta. Rosalía contempla, desde su ventana, un paisaje invernal dominado por el color gris. Fijémonos en los adjetivos cromáticos referidos a la naturaleza que se describe: cenicientas, cenicientos, parda, pardas, gris. Un color que Rosalía asocia a los viejos y a la muerte. Lo mismo ocurre con los adjetivos referidos a los sonidos: sordo rumor de la lluvia; el viento finge lamentos extraños, hondos y dolientes. Y, por si no hubiera bastante, esos lamentos llaman por los muertos.
En ese ambiente desolado, gris, triste y frío, un labrador con su mastín cruza el monte. Y en ese campo desierto aparece una nota de color: un campo verde y una gaviota blanca. Podría interpretarse como un signo de esperanza, pero esta idea ense­guida se neutraliza cuando nos damos cuenta de que esta gaviota se posa en un charco que negrea, mientras graznan los cuervos. El blanco de la gaviota no hace sino resaltar, por con­traste, el negruzco paisaje.
Así se encuentra el alma de Rosalía, sola, envejecida, triste, desierta, helada, sin vida.
En la parte final del poema, la autora muestra su predi­lección por este tipo de paisajes, a la vez que manifiesta su deseo, su esperanza, tal vez, de que ese invierno de su vida sea el precursor de una alegre primavera, una primavera hermo­sa y eterna. Pero se trata sólo de un deseo, de un sueño inal­canzable.

9. En este breve poema se combinan versos endecasílabos y heptasílabos. En la primera estrofa riman el primer verso con el tercero y el segundo con el cuarto, en consonante. En la segun­da riman los pares, en asonante.
Otra vez insiste Rosalía en la identificación entre pensa­miento, duda y dolor. Éstos siempre la acompañan, siempre los tiene en su alma. Y esta duda y este dolor no son algo insigni­ficante: son grandes y anchos como el firmamento; y tan hon­dos como el mar.
En ocasiones, en esta alma atormentada surge una esperan­za, esperanza que pronto se desvanece, como una fuente en el desierto (se seca) o como un lirio entre las grietas de una roca (se marchita).
Al final, sólo le queda el desengaño, la desesperanza. Y, como inseparable compañero, el dolor.

10. Constituyen esta composición catorce versos hexadecasíla­bos con cesura, con lo que cada verso presenta dos hemisti­quios de ocho sílabas. Los versos están distribuidos en tres estrofas monorrimas en asonante de siete, cinco y dos versos respectivamente.
Se presenta aquí Rosalía como una loca que oye hablar a diferentes elementos de la naturaleza. Éstos, en efecto, la lla­man loca por soñar con la eterna primavera, aunque pronto será una vieja cuya vida se apagará. Sin embargo, no está loca, es consciente de que tiene los cabellos canos, de que hay escar­cha en los prados, a pesar de que ella siga soñando con esa eter­na primavera de la vida que se apaga. Es verdad que la vida se apaga, que se acaba, pero no es menos cierto que se puede hacer frente a esa realidad amarga con los sueños. Pero esto es una quimera, un imposible, pues no se puede combatir la triste rea­lidad con los sueños. O tal vez son los sueños los que dan sen­tido a su vida y constituyen la única posibilidad de sobrepo­nerse a la desolada realidad de su existencia.

11. El poema da muestras del gusto de Rosalía por ensayar nue­vas posibilidades rítmicas. Aquí utiliza versos decasílabos, com­binados con dos hexasílabos (cuarto y décimo) y un dodecasí­labo (el último). Riman los pares en asonante.
El amor no es tema preferente de Rosalía, y menos aún el amor feliz. Más bien al contrario: la autora suele insistir en las dificultades que el amor lleva aparejadas. El amor distorsiona la realidad, crea espejismos que desaparecen con el tiempo. A la felicidad inicial del amor suele seguir el desengaño, pues el amor también se pierde con ese mismo paso del tiempo. Y, al perderse, las almas quedan llenas de sombras. Y entonces apa­rece el dolor impregnándolo todo. Además, para la autora, el amor-pasión es algo que nunca puede acabar bien, porque nada hay de bueno en él.
Tal vez esta concepción del amor de Rosalía tenga mucho que ver con su vida personal, de niña y de esposa.

12. Rosalía vuelve a ensayar en este poema una combinación de versos extraña a la poesía castellana: endecasílabos y octosílabos alternos. En las cinco estrofas se repite el mismo esquema métrico: 1 la, 8b, 1 la, 8b, con rima consonante.
Esta poesía no está en consonancia con el contenido general del libro. Es un canto al paisaje gallego contemplado en una noche en que la luna brilla de forma especial, iluminando abso­lutamente todo. Excepcionalmente, se respira una profunda paz y tranquilidad y sosiego interior en todo el poema, lo que indica que es fruto de un momento de especial placidez de la autora.
En cualquier caso, se aprecian resonancias típicamente románticas: la noche, el pálido rayo de luna, el mármol de las tumbas, la melancólica lumbre, el mar de espuma cubierto, las ondas plañideras, el blanco arenal desierto, la iglesia, el campa­nario, el viejo muro, la virgen solitaria.
También se respira en el ambiente un cierto aire de inocen­cia, de pureza virginal. Notemos los siguientes sustantivos y adjetivos que hacen referencia a esta idea: pura y serena trans­parencia, cándida inocencia, no tiene mancha ninguna (inmacu­lada), luz pura, casta virgen solitaria.

13. Nos encontraríamos ante un romance clásico, si no fuera porque los versos 9 y 14 tienen once sílabas cada uno. Los demás son octosílabos. Riman todos los pares en asonante; los impares quedan sueltos.
Rosalía aprovecha cualquier circunstancia para mostrar el profundo amor que siente por su tierra. En esta ocasión, ima­ginar que las campanas dejan de tocar para siempre la llena de tristeza y acentúa su sensación de soledad. Porque esas campa­nas llenan de alegría y paz, no sólo el lugar, sino también el alma de la autora.
Al tratar de los temas de la poesía de Rosalía, vimos cómo un elemento que aparece repetidamente en sus poemas es el de las sombras, referidas a personas que han fallecido pero que, de alguna manera, siguen ahí; muertos que hablan con ella y que se le aparecen cuando los invoca. Este poema pone de manifiesto la familiaridad de Rosalía con ese mundo ultraterreno, con ese «más allá», vago e indefinible, que nada tiene que ver con la concepción cristiana de la vida y de la muerte, con el cielo y con el infierno. Y su relación con esas sombras, con esos muertos, es tal, que se identifica con ellos: la naturaleza se llenaría de triste­za y soledad si callaran las campanas. También Rosalía sentiría esa soledad y esa tristeza. Y ese silencio, impropio del lugar, acos­tumbrado al tañido de sus campanas, causaría extrañeza hasta a los propios muertos. Nótese cómo esta idea pone de manifiesto que los muertos, las sombras rosalianas, siguen participando del mundo de los vivos: oyen los tañidos de las campanas como cualquier ser viviente y les agrada oírlos.

14. El poema lo componen tres estrofas de cuatro versos alejandrinos con cesura. Presenta, por tanto, dos hemistiquios de siete sílabas cada verso. En las tres riman los pares en asonante; los impares quedan sueltos.
Se pregunta Rosalía en este poema si realmente sirve de algo escribir poesía. Si lo que se escribe vale realmente la pena, dura poco; y si carece de valor, desaparece enseguida.
En la segunda estrofa intenta Rosalía indagar los impulsos que mueven a escribir al poeta y apunta tres posibilidades: vicio, pasión o enfermedad del alma. Por eso el poeta cae siempre en la tentación, sin poder evitarlo. Y si lo que escribe el poeta es tan efímero como lo que escriben las olas en la arena, el viento en la laguna o el sol en la neblina, ¿vale la pena escribir?; ¿debe añadir otra gota (amarga) a ese mar sin orillas?
Si antes ha dicho que la poesía es un vicio, una pasión, una enfermedad, que están, por tanto, en el alma del que escribe, en la tercera estrofa considera el canto del poeta como algo natu­ral. De la misma manera que cantan los elementos de la natura­leza, el agua, el viento, el sol o el ave, el poeta también canta, pues no es menos que ellos.

15. Este breve poema está constituido por ocho versos de once y siete sílabas combinados de forma irregular. Presenta rima asonante en los pares; los impares quedan sueltos. Tiene, pues, el esquema métrico de la silva arromanzada o asonantada.
Como vimos al hablar de En las orillas del Sar, el dolor siem­pre acompaña a Rosalía allí adonde vaya. Rosalía tiene perfec­tamente asumida esa realidad. Precisamente, esta idea la lleva a pensar que el que sufre, el que está lleno de dolor, nunca está solo, porque éste siempre lo acompaña. El dolor es algo conna­tural a Rosalía, algo que lleva dentro de forma permanente. Ahora bien, ¿de dónde surge ese dolor? Seguramente, de la sen­sación de soledad que la embarga, de saber que su vida es un ser en soledad, de la saudade. Insistimos de nuevo en que no hay que confundir ser en soledad, que es algo esencial y permanen­te, con estar en soledad, que es algo transitorio y que se acaba cuando estamos con alguien.
Además de lo expuesto, observemos cómo en los últimos versos destaca la idea existencial de que el hombre es un ser lanzado al mundo sin saber exactamente cuál es su destino ni el sentido que este hecho tiene.


16. Es éste uno de los poemas menos convencionales de Rosalía en cuanto a la métrica se refiere. Aparecen versos pentasílabos, hexasílabos, decasílabos y dodecasílabos, distribuidos en tres estrofas y combinados de forma irregular. La rima es asonante, y hay algunos versos sueltos.
El tema de este poema es de gran tradición en todas las lite­raturas europeas desde la Edad Media: la fugacidad de la vida. Mediante imágenes sugerentes, nos habla Rosalía, en la prime­ra estrofa, de cómo pasa la vida, despeñada como un torrente. Y en ese pasar rápido, el cielo y la tierra, límites de nuestra vida, permanecen vigilantes para que esa ley universal se cum­pla inexorablemente.
En la segunda estrofa, Rosalía acude de nuevo a las imáge­nes para afirmar algo también obvio: todo lo que pasa es irre­cuperable, como el perfume de la flor una vez marchita o los rumores y las quejas de las olas al llegar a la playa. Como decía ovidio, « Tempus irreparabile fugit», el tiempo huye de forma irreparable.
En los versos finales recurre la autora a la antigua —y tan actual— fórmula del «¿ubi sunt?» para acentuar esa idea de fuga­cidad y caducidad: todo, absolutamente todo, las alegrías y las tristezas, ha desaparecido.

17. El poema lo componen cuatro estrofas que combinan versos decasílabos y dodecasílabos de forma irregular. En las cuatro se repite el esquema de la rima: el primero con el tercero y el segundo con el cuarto, en consonante.
Rosalía describe la escena de un entierro. En la primera estrofa nos cuenta cómo los familiares y allegados (deudos) profieren lamentos por el fallecido. Y a ese concierto lastimero se suman los graznidos de los cuervos y los bramidos de las olas. Pero ese triste concierto se convierte, en la segunda estro­fa, en una sinfonía que tiene algo de irónico, rudo, negro, fan­tástico y mudo que hiere las cuerdas del alma.
De pronto, en la tercera estrofa, cesan los cantos (antes con­cierto y sinfonía), el cortejo fúnebre se marcha y dejan al muer­to solo en su fosa.
En la última estrofa se nos presenta al cortejo alejándose, un cortejo del que Rosalía destaca las orlas del estandarte fune­rario flotando al viento, como flota la pluma que el viento ha arrancado a un ave nocturna.
Todo en esta composición parece carecer de sentido, hasta la ceremonia final de la vida, que es la muerte. Rosalía parece no dar valor a todos esos signos externos de dolor por la muerte de alguien, tal vez porque el dolor es algo interior, que no necesi­ta manifestarse públicamente. La sensación de absurdo que se respira en todo el poema parece sustentar esta idea.
En cualquier caso, merece destacarse el ritmo ceremonioso, de ritual, propio de los cantos funerarios, que presenta el poema desde el principio hasta el final, conseguido mediante la repetición de esquemas acentuales: a una sílaba tónica le siguen dos átonas. El léxico empleado también contribuye a destacar ese ambiente musical que impregna el poema: concierto, sinfo­nía, canto. Pero los gemidos de las personas se mezclan con graznidos de cuervos, bramidos de olas, acentuando de nuevo esa sensación de absurdo.
Observemos también el profundo contraste que se produce entre el alboroto de los cantos y el silencio y la soledad en que queda el muerto en su fosa.

18. Es éste un poema de dieciséis versos endecasílabos, distri­buidos en dos estrofas de ocho versos cada una. En ambas, riman los versos pares en asonante.
Una vez más, nos encontramos ante una identificación de la autora con un elemento de la naturaleza: las arenas de la playa, a las que llega de forma continúa el agua del mar, pero siempre retrocede, de forma que aquéllas nunca pueden retener a ésta. Ambas, las arenas y Rosalía son como Tántalo, condenado a sufrir sed eterna.
Rosalía no especifica cuál es el objeto de su sed, de sus ansias. Puede tratarse de un anhelo imposible, propio de la naturaleza humana. En cualquier caso, estas ansias son insacia­bles, con lo que el sufrimiento y el dolor son continuos.
De la lectura de la segunda estrofa, podemos pensar que lo que plantea Rosalía es el ansia de Dios, de llegar a él, de com­prenderlo, de creer en él, de que haya un «más allá» entendido a la manera cristiana. Sin embargo, las expresiones «¿quién sabe?» y «¡quién sabe!» ponen de manifiesto la actitud de la autora, que se mueve entre la duda y la esperanza.