10 febrero 2009

Estudio


ROSALÍA DE CASTRO

1. Contexto histórico

El comienzo del siglo xix español se caracterizó por la domi­nación francesa. El ascenso al poder de Napoleón y su preten­sión de crear un gran imperio lo llevó a la conquista de España Comenzó así la Guerra de la Independencia, que duró seis años. Este hecho marcó la evolución social y política de Espa­rta hasta la expulsión de los franceses en 1814.

Tras Napoleón, asumió el poder Fernando VII, quien, a pesar de sus promesas de cambio hacia una monarquía parla­mentaria debidas a las presiones liberales (Constitución de 1812), no tardó en volver a imponer el autoritarismo y a implan­tar el antiguo régimen, causando así graves retrocesos en los intentos de modernización del país. Paralelamente, la manifes­tación de la identidad gallega fue evolucionando en función de las características de los diferentes periodos políticos.

Fernando VII murió en 1833. Previamente, había aprobado la Pragmática Sanción que daba paso al gobierno de su hija Isabel, la cual, debido a la necesidad de apoyo liberal para enfren­tarse a los partidarios de su tío Carlos Isidro (guerras carlis­tas), facilitó la incorporación de cambios progresistas en el gobierno y en la gestión del territorio. Durante su reinando hubo alternancia en el gobierno de los grupos liberales (Espar­tero) y los conservadores (Narváez), a la vez que se iban cons­tituyendo los partidos democráticos.

En este ambiente liberal nace el «galleguismo», una corriente de pensamiento preocupada por la realidad gallega que recibirá el nombre de «provincialismo». Esta generación participará en el levantamiento de 1846, cuya pretensión era alcanzar el poder autonómico para Galicia. La sublevación fracasó, y doce oficiales fueron fusilados («Os mártires de Carral»). A raíz, del Banquete de Conxo, celebrado diez años después de los fusilamientos de Carral, con los que se sofocó el levantamiento de Santiago de 1846, se da paso a la segunda generación galleguista, centrada en aspectos sociales y culturales. Pertenecen a este movimiento Pondal, Murguía y Rosalía.

En 1868, la Revolución de la Gloriosa acabó con el reinado de Isabel II y dejó el poder efectivo en manos de una Junta Revolucionaria y, poco después, de un gobierno provisional con Prim (progresista) y Serrano (unionista) a la cabeza.

La revolución industrial que se estaba desarrollando en Europa, iba llegando despacio y con fuertes retrasos a España, lo que hacía que la agricultura siguiese siendo la actividad más importante en el conjunto de la geografía española. Sólo las zonas de Cataluña y del País Vasco lograron desarrollar una incipiente industria basada en el campo textil y en el trata miento del hierro, respectivamente.

El desarrollo de los transportes en este periodo fue importantísimo. Con la aparición del ferrocarril y su difusión por algunas zonas del territorio, se favoreció el comercio y la industria, a la vez que se fomentó y se facilitó la movilidad de las personas, hecho que repercutió en el traslado masivo de jorna­leros del campo hacia las ciudades en busca de trabajo y mejo­res condiciones de vida. Las ciudades crecieron en habitantes y extensión e hicieron necesarios los planes urbanísticos para ordenar este crecimiento; así aparecieron nuevos barrios, nue­vos servicios, como el alumbrado y el transporte urbano, y espacios de ocio, como los teatros.

La Constitución de 1869 perfilaba una España más demo­crática y consideraba la monarquía como forma de organiza­ción y gobierno. A falta de un sucesor directo, se buscó un nuevo rey en las casas europeas, apostando por la figura de Amadeo, de la casa italiana de Saboga, de ideología democráti­ca. Amadeo I reinó durante tres años, pero, incapaz de contro­lar el país (sobre todo tras la muerte de Prim), abdicó en 1873.

En 1873 se proclamó la Primera República espa­nola, que sólo duró un año, pero que sirvió para favorecer los movimientos autonómicos y federalistas españoles. En Galicia se centró en potenciar la reforma agraria, que no se pudo efec­tuar debido a la falta de presupuesto y al afán personalista de los políticos.

El general Pavía disolvió las Cortes y, con el pronuncia­miento militar de Martínez Campos, se proclamó rey de Espa­cia a Alfonso XII, hijo de Isabel II (restauración monárquica). Durante este periodo se alternaron en el poder los dos grandes partidos políticos: el conservador, con Cánovas del Castillo, y el liberal, con Mateo Sagasta. Muerto el rey en 1885, se hizo cargo de la corona su esposa, María Cristina, como regente. Los par­tidos políticos firmaron el Acuerdo del Pardo con la finalidad de asegurarse la forma de gobierno de alternancia realizada hasta entonces. Es un periodo de fuerte manipulación electoral, con compra de votos, cambio de actas e influencia de las personas dirigentes. En las regiones españolas en las que dominaba la economía agraria, como en Galicia, se favoreció el desarrollo de la oligarquía y del caciquismo.

El siglo concluye con la pérdida de las últimas colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas (1898), y con un dominio del sen­timiento de derrota y decadencia en el pueblo español. Mien­tras, seguían desarrollándose los movimientos regionalistas con la creación de organizaciones para la defensa ideológica, como la Asociación Rexionalista Galega (1891), que se constituyó como el primer partido político gallego que defendía el auto­gobierno para Galicia.

2. El Romanticismo en España

2.1. Orígenes

El Romanticismo literario comienza a gestarse en las últimas décadas del siglo XVIII; se desarrolla en los primeros años del siglo XIX y no triunfa definitivamente hasta que no regresan los escritores liberales que se habían exiliado durante el reinado absolutista de Fernando VII, hecho que se produce en 1833. Por ello, los estudiosos de la literatura consideran que dicho triunfo se produce en torno a 1835.

El Romanticismo es más que una corriente literaria: es un movimiento cultural y político que se opone, de alguna mane­ra, al racionalismo del siglo anterior. Los intelectuales se per­catan de que la razón no puede dar cuenta de todo cuanto acontece en el mundo. Hay aspectos que se le escapan y que no es capaz de explicar: sentimientos, emociones, ideales, fantasías. Además, los románticos reivindican su derecho a poder expre­sarlos. Por ello, el gran lema de este movimiento será la libertad en todos los ámbitos de la vida.

2.2. Características del Romanticismo literario

- El subjetivismo. El escritor expresa sus sentimientos de forma exaltada.
- Huida del mundo. Como el escritor romántico no se siente cómodo en el mundo en que vive, busca evadirse y se refugia en su propio mundo, o se traslada a otras épocas y lugares.
- Frente al europeísmo del siglo XVIII, los románticos exaltan lo nacional. Como consecuencia de ello, se desarrollará el costumbrismo literario.
- El paisaje será un elemento fundamental, de forma que se producirá una total identificación entre éste y el alma del escritor.
- Dado que el lema de los románticos es la libertad, se opon­drán a cualquier norma o regla que limite su capacidad crea­dora.

2.3. La poesía romántica

En lo referente a los temas, en un primer momento, la poesía romántica se caracteriza por una fuerte exaltación del yo del poeta, que dará rienda suelta a sus sentimientos: intimidad amorosa, frustraciones, esperanzas, desengaños, ansias de liber­tad, dolor, protesta, melancolía, etc. Pero lo hace sin detenerse mucho en pulir sus versos, por lo que en sus composiciones encontramos grandes aciertos líricos junto a vulgaridades y tópicos que se repiten hasta la saciedad; sentimientos sinceros junto a gesticulaciones y excesos llenos de tópicos. La poesía narrativa adquiere una especial relevancia, con preferencia por los temas históricos, legendarios o exóticos.
En cuanto a la versificación, los poetas románticos, movidos por sus ideales de libertad, usan estrofas que habían caído en desuso, como el romance; inventan otras; buscan nuevos ritmos basados en esquemas acentuales, y suelen cambiar de verso en la misma composición, en función del sentimiento o la emo­ción que quieran transmitir. En lo que se refiere al paisaje, sienten especial predilección por lugares apartados, solitarios, desiertos y llenos de misterio: la noche, cementerios, edificios en ruinas, etc.

El poeta más representativo de esta época es José de Espron­ceda, pero hay otros, como Juan Arolas, Nicomedes Pastor Díaz, Gertrudis Gómez de Avellaneda o Carolina Coronado.

En la segunda mitad del siglo, los excesos retóricos de la poesía anterior darán paso a nuevas corrientes en la lírica espa­ñola: desde el prosaísmo de Ramón de Campoamor o la hueca grandilocuencia de Núñez de Arce hasta la naturalidad, carga­da de emoción, de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro. Esta poesía sincera e íntima, influida por el poeta alemán Heine, cuya obra fue traducida al castellano, entre otros, por Eulogio Florentino Sanz, es la mejor de la segunda mitad del siglo XIX. A los poetas que la cultivan (Bécquer y Rosalía) se los conside­ra románticos tardíos o rezagados.

2.4. Vida del Romanticismo en España

El Romanticismo penetró en España a través de publicaciones en revistas y periódicos de Cádiz y Barcelona en las que se defendía la nueva estética frente a la rigidez neoclásica del siglo anterior. Fue importantísimo el regreso de los escritores libera­les tras la muerte de Fernando VII. Sin embargo, este movi­miento no duró mucho, pues hacia la mitad del siglo se fue imponiendo con fuerza otra corriente que, en cierto modo, planteaba una estética diferente: el Realismo.

3. “0 Rexurdimento” y la “Renaixença”

La literatura gallega, que vivió una época de esplendor entre los siglos XII y XV, desaparecerá durante los tres siglos siguien­tes. Son los llamados séculos oscuros. Pero resurgirá con decisión en el siglo XIX.

Las primeras muestras literarias en lengua gallega nacen con ocasión de la Guerra de la Independencia (también las guerras carlistas generaron algunos textos literarios). Se trata de escri­tos en hojas sueltas que tienen como finalidad alentar a los cam­pesinos gallegos contra los invasores franceses. Son composi­ciones anónimas que apenas tienen valor literario, aunque sí histórico y sociológico.

En 1810 aparece Proezas de Galicia, hojas firmadas por Xosé Fernández de Neira en las que se recoge el éxito de los campe­sinos gallegos en la guerra. El texto está bien escrito, aunque se trata de un gallego coloquial con abundantes castellanismos.

En 1813 se imprimió anónimamente un romance del cléri­go liberal Manuel Pardo de Andrade. Se trataba de un poema satírico contra la Inquisición.

Estos primeros escritos son la prehistoria del Rexurdimento, recuperación del uso literario de la lengua gallega. Paralela­mente, se producirá en Cataluña un movimiento idéntico, la Renaixença.
En Galicia, tal recuperación del gallego se inicia en 1828 con el poema A Alborada, de Nicomedes Pastor Díaz (1811-1863), académico y gran político que escribió excelentes obras. A Albo­rada pone en marcha la recuperación poética del gallego.

En Cataluña comienza en 1831 con Bonaventura Carles Ari­bau y su Oda a la Pátria, si bien la situación es diferente. Un banquero catalán de gran fortuna, afincado en Madrid, da una fiesta en su palacio, y a ella acuden catalanes importantes y un muchacho, también catalán, que trabaja en un banco. Este joven es Aribau. Allí lee su Oda, ante burgueses y sin connota­ciones políticas. Esto era impensable en Galicia, pues los ricos sólo hablaban gallego con sus empleados y con los campesinos, porque la lengua de prestigio era el castellano. Sin embargo, ambas actitudes obedecen a un mismo proyecto cultural deri­vado del romanticismo de la época: la recuperación del pasado y el interés por lo popular. Así, el Rexurdimento avanzará en Galicia lentamente, entre otras cosas, por el escaso interés de la burguesía que, además, era foránea.

En Cataluña la situación era diferente, dado que el catalán era la lengua de la burguesía y de la Iglesia. Aquí, en 1859 se produce la restauración de los Jocs Florals (Juegos Florales), cer­támenes poéticos en los que se premiaba a los poetas que escri­bían los mejores versos. En Galicia nunca había existido tal cele­bración y, deslumbrada por estos concursos, convocó en 1861 unos Juegos Florales con fines caritativos. Se presentaron muchos poetas, de los que cuarenta escribieron en gallego. Poco a poco, la lengua va tomando un mayor carácter.

En 1862 se publicó el Álbum de la Caridad, en el que apare­cieron los textos premiados en 1861 y una antología de poetas. Este libro es el verdadero punto de partida del renacimiento de la lengua gallega en su uso literario. En esta obra ya aparecen poemas de Rosalía de Castro. En la terminología literaria galle­ga se denomina «Os precursores» a quienes escriben entre 1808 y 1863. El Álbum de la Caridad es una antología de ellos. En 1863 aparece Cantares gallegos, de Rosalía, el primer gran libro impreso en lengua gallega. A partir de este momento, la lite­ratura en gallego se consolida y gana prestigio progresivamente. Así, podemos afirmar que el Rexurdimento en Galicia y la Renaixença en Cataluña corren de forma paralela a lo largo del siglo XIX. Pero de nuevo hay que hablar de diferencias, ya que el movimiento catalán se inicia con unos clásicos en los que apoyarse, mientras que los escritores gallegos no tienen pre­sentes las tradiciones medievales de las cantigas de amigo y de amor. Habrán de pasar muchos años antes de que los escritores gallegos descubran esta literatura.

4. Biografía de Rosalía de Castro

Rosalía de Castro nació el 24 de febrero de 1837 en Santiago de Compostela. Su madre, María Teresa de la Cruz de Castro, era de origen noble, si bien la familia ya no gozaba de una situación boyante, ni mucho menos. Su padre, José Martínez Viojo, era sacerdote. Este hecho, unido al de ser hija de madre soltera, hizo que en su partida de nacimiento se inscribiera como hija de padres desconocidos. Esta circunstancia, silenciada durante bastante tiempo en las biografías oficiales, marcará profunda­mente a Rosalía a lo largo de toda su vida. Al poco de nacer es acogida por la familia del padre, y serán sus tías, doña Teresa y doña María Josefa, quienes se la lleven a vivir con ellas, a Orto­ño, primero, y después a Padrón. Este detalle es importante para poder explicar la opción idiomática de Rosalía, pues, al entrar en contacto con el mundo rural, conoce la lengua galle­ga hablada en él, una lengua no normativa, aunque sí muy viva y expresiva.

El hecho de que su madre no se ocupara de ella en sus pri­meros años es fácilmente comprensible, e incluso disculpable: la presión social y la vergüenza debieron de ser fortísimas en una mujer soltera que ha mantenido relaciones con un sacerdote, fruto de las cuales ha nacido una niña. Cuando Rosalía cuenta catorce años, su madre la reclama, se hace cargo de ella y se trasladan a vivir a Santiago. Sorprendentemente, Rosalía no censurará absolutamente nada a su madre; ni un reproche, ni una palabra de rencor. Al contrario, sentirá por ella sentimientos positivos: amor, agradecimiento, comprensión. Y, tal vez, también compasión, pues Rosalía debió de ser consciente de 1o que tuvo que soportar su madre como consecuencia de su «pecado».

A los quince años, Rosalía estudia francés, aprende a tocar el piano y participa en representaciones juveniles de teatro. Se relaciona con el mundo universitario, con los estudiantes, y lee abundante literatura romántica. En 1856 abandona Galicia y se traslada a Madrid precipitadamente, tal vez al saber que su padre era cura y comprender la actitud de la gente hacia ella. En Madrid publicará, al año siguiente, su primer libro de poesías, titulado La flor, inspirado en Espronceda y que será elogiado por Manuel Murguía en la prensa madrileña.

En 1858, Rosalía y Manuel Murguía se casan. Este intelectual, de origen vasco, era historiador, archivero, ensayista y polí­tico. Escribió la primera historia de Galicia y es el creador del mito del celtismo gallego. El matrimonio tuvo siete hijos, de los cuales uno nació muerto y otro murió al poco de nacer.

La muerte de su madre en 1862 inspirará el libro de poemas A mi madre, escrito en castellano y muy emotivo. Se trata de una elegía cargada de dramatismo, llena de serenidad, ternura, amor y comprensión hacia ella. No olvidemos que Rosalía conoció a su madre a los catorce años, y ello supuso para nues­tra poetisa recuperar parte de su alma.

A causa de los sucesivos cambios en el gobierno y los consi­guientes vaivenes profesionales de su marido, el matrimonio cambia de residencia continuamente: Madrid, Extremadura, La Mancha, Levante, Simancas. En 1871, al ser nombrado Murguía jefe del Archivo Regional, se trasladan a Galicia, donde Rosalía permanecerá hasta su muerte. Allí residirán en Lestrove, La Coruña, Santiago y Padrón.

Rosalía murió en Padrón, el 15 de julio de 1885, como con­secuencia de un cáncer lentísimo, inacabable. Fue enterrada en el cementerio de Adina. Diez años después, sus restos fueron trasladados a Santiago. Allí reposan en la capilla de la iglesia de Santo Domingo.

4.1. Carácter de Rosalía

Rosalía se convirtió pronto en un mito para las gentes gallegas y, como tal, se idealizó todo lo que a ella concernía, tanto su aspecto físico como su temperamento. Sin embargo, sabemos que su carácter no era tan dulce como se afirmaba. Más bien al contrario, era fuerte y, en ocasiones, violento. De la lectura de sus versos se deduce que era bastante irritable y áspera y que en ocasiones mostraba odio y hasta resentimiento contra quienes la censuraban o contra todo lo que consideraba injusto. Pero, al mismo tiempo, era generosa y comprensiva, sobre todo con los más desfavorecidos.
Así pues, Rosalía es una mujer a la que no le interesa nada el halago de la gente, ni el reconocimiento social, ni los con­vencionalismos de la vida mundana. El alejamiento de la vida pública y de la sociedad literaria de su tiempo la llevó a escri­bir de sí misma y únicamente para sí misma.

Este carácter suyo, tan complejo y, a veces, contradictorio, duro y violento, tiene mucho que ver con el hecho de que Rosalía fuera hija de madre soltera y padre sacerdote. No es difícil imaginar que ya desde niña tuviese que oír a su paso voces de censura, miradas acusadoras, dedos que la señalaban como «hija del pecado». Eso debió de ser durísimo para ella. Si ade­más consideramos su precaria salud, sus penurias y su larguísi­ma enfermedad, que la llevó a la tumba, se comprenderá que su concepción de la vida y del mundo esté marcada por la desola­ción, la amargura, el dolor, la tristeza y el pesimismo.

5. Obra

Rosalía escribió obras en prosa y obras en verso, si bien la cali­dad de estas últimas logró eclipsar a las primeras. Veámoslas cronológicamente.

1857. La Flor. Se trata de un libro de poemas, en castellano, donde se aprecia claramente la influencia del romanticismo gesticulante de Espronceda.

1859. La hija del mar. Es una novela romántica, publicada cuan­do ya el Realismo estaba triunfando en España. Interesa lo que tiene de autobiográfico. Hace una defensa de la mujer humilde, explotada y condenada a la soledad.

1861. Flavio. Novela en la que se trata la imposibilidad de la co­municación. Mara, campesina, es seducida por Flavio y, pos­teriormente, abandonada. Flavio acaba casándose con una vieja rica, y Mara queda condenada a la soledad y con ten­dencias suicidas (reflejo de Rosalía).

1863. A mi madre. Escrito con motivo de la muerte de su madre. Son versos transidos de dolor y, a la vez, llenos de ternura y comprensión hacia ella.

Cantares gallegos. Libro de poemas, en gallego. Rosalía quiere dar a conocer su tierra gallega y denunciar las injusticias que se cometen contra ella. Hablaremos de esta obra más adelante.

1866. El Cadiceño. Pequeño relato costumbrista de tipo satíri­co en el que Rosalía ridiculiza a un gallego que marcha de su tierra a Cádiz y, a su vuelta, habla con una mezcla de galle­go y andaluz.
Ruinas. Cuadro de costumbres sobre la realidad gallega. Sus protagonistas, doña Isabel, don Braulio y Montenegro son seres marginados, tres auténticas «ruinas vivientes».

1867. El Caballero de las botas azules. Novela ambientada en el Madrid de la época en la que Rosalía denuncia la hipocresía, la estupidez, la corrupción y la frivolidad de su tiempo. Resul­ta interesante para conocer el pensamiento de la autora.

1880. Follas novas. Libro de poemas, en gallego, en el que Rosalía nos ofrece su visión pesimista y desesperanzada de la vida. Volveremos sobre ella al tratar de su poesía más desta­cada.

1881. El primer loco. Novela romántica sobre la pasión amorosa y sus consecuencias. Se nos cuenta cómo la persona que ama idealiza a la amada y cómo esta idealización distorsiona la realidad e impide verla tal cual es.

1884. En las orillas del Sar. Libro de poemas escrito en castella­no en el que trata los mismos temas que en Follas novas: desesperación, dolor, pesimismo, insatisfacción, etc.

1923. Conto gallego. Publicado póstumamente, trata sobre la fidelidad de la mujer a su marido muerto. Es un relato de corte misógino.

5.1. Obra poética

En este apartado hablaremos de Cantares gallegos, Follas novas y En las orillas del Sar, sus obras poéticas capitales.

5.1.1. Cantares gallegos

Publicado en 1863, es el primer libro de poemas escrito en gallego por Rosalía. Está inspirado en El libro de los cantares, de Antonio de Trueba. En éste, el autor parte de una copla inicial, que después desarrolla. Lo mismo hace Rosalía: parte de una canción popular (una estrofa o un estribillo) y luego la prolon­ga con metros idénticos, de manera que se produce un ensam­blaje perfecto entre la obra anónima y la de autor. Con Canta­res gallegos se produce un hecho insólito, pues los poemas parten de una canción popular que Rosalía amplía, y poste­riormente el pueblo la asume como propia y queda integrada en la poesía oral.

La obra está escrita en gallego dialectal, rural, con vacila­ciones léxicas y abundantes castellanismos. Es una lengua oral, muy viva y expresiva. No olvidemos que Rosalía no conoce el gallego teórico ni sus variantes y que escribe en la lengua que ella oyó y aprendió de niña.

La autora escribió estos poemas sin intención de publicarlos. Fue su esposo, Manuel Murguía, quien, sin saberlo ella, entre­gó los poemas a un impresor para ser publicados. Después, la autora dio su consentimiento para ello.

Cabría preguntarse por qué la escritora, que empezó escri­biendo en castellano con cierto éxito, en un determinado momento decide cambiar de lengua y se pasa al gallego. Ella misma da la respuesta en el prólogo del libro: su voluntad de estar con los humildes, los campesinos y los marineros, y la len­gua de éstos es el gallego.

La finalidad del libro, como hemos dicho antes, es dar a conocer las bellezas de su tierra gallega y denunciar las injusti­cias que se cometen contra ella. En la obra hay poemas cos­tumbristas, amorosos, sociales, etc. Y a lo largo de los versos aparecen campesinos, mujeres abandonadas, pobres, gaiteros, emigrantes, etc. A pesar de las inevitables alusiones a las injus­ticias sociales y al drama de la emigración, en conjunto, pode­mos afirmar que el tono de la obra es optimista, desenfadado y alegre.

5.1.2. Follas novas

En este libro, escrito también en gallego, aparece toda la com­plejidad psicológica de Rosalía. Está dividido en cinco partes, y sus poemas más relevantes son los que nos muestran la subje­tividad de la autora, su concepción del mundo, y los que tratan temas sociales, como la emigración.

El pesimismo y la desolación impregnan todas las páginas de Follas novas. En los poemas en que habla de sí misma, vemos a una Rosalía llena de dolor, de sufrimiento, de desesperanza, y con la soledad por compañera. Y, como única solución, la muerte.

En los poemas de tipo social se trata fundamentalmente la emigración y se hace hincapié en las mujeres de los emigrantes, que quedan solas y han de realizar las tareas propias de la mujer y también las del hombre que ha partido.

La emigración es un tema capital en Follas novas. Galicia siempre fue tierra de emigrantes por diferentes motivos: por repoblaciones, por el servicio militar, o para huir de la miseria. En el siglo XIX, el mayor contingente de emigrantes se dirigió a La Habana, Cuba. Este tema lo trata, especialmente, en la quin­ta parte, que lleva por título «As viudas dos vivos e as viudas dos mortos». En ella, Rosalía muestra su voluntad de estar con los humildes, con los campesinos y con los marineros, lo cual ya supone una postura social. Pero hablar de emigración no es sólo hablar del emigrante; es hablar también de las mujeres humildes que se quedan solas tras la partida de su hombre, privadas de amor y de consuelo. Ellas son las verdaderas víctimas de la vida, siempre humilladas. Ellas, además, han de realizar las tareas pro­pias de la mujer y también las del hombre que ha partido.

5.1.3. En las orillas del Sar

Éste es el último libro escrito y publicado en vida de Rosalía. Tanto los temas tratados en sus versos como el tono con que lo hace Rosalía coinciden con los de Follas novas, lo que nos lleva a pensar que la mayoría de los poemas de uno y otro libro debieron de componerse simultáneamente. En efecto, este li­bro es una buena muestra de esa poesía desengañada, dolorida, desolada. Una poesía en la que Rosalía, perdida toda esperan­za, se refugia en sí misma, con su dolor y su soledad. Veamos, a continuación, algunos temas importantes que se tratan En las orillas del Sar y en Follas novas.

5. A. Los temas

1. El dolor

El dolor es otro de los temas recurrentes en la poesía de Rosalía. En sus versos, todo lo llena el dolor, tanto el propio como el ajeno, que la poetisa interioriza y asume como suyo. Segura­mente tiene mucho que ver con esta actitud la condición de hija ilegítima, el sufrimiento que por ello hubo de soportar de niña, su vida enfermiza, la separación de su esposo durante largas temporadas, alejada de su tierra, etc. Se solidariza, sobre todo, con el dolor de los que sufren, especialmente de las mujeres, y se muestra bastante incomprensiva con el dolor del hombre, tal vez como consecuencia de la falta de la imagen paterna que experimentó durante los primeros años de su vida.

En Rosalía, el dolor es una realidad que siempre la acompa­ña, que nunca la abandona, de tal forma que, en ocasiones, es un remedio contra la soledad. El siguiente poema es una buena muestra de ello:
No va solo el que llora,
no os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
basta un pesar del alma;
jamás, jamás le bastará una dicha.
Juguete del Destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.

Además, Rosalía considera que hay personas que están con­denadas a experimentar dolor desde el momento de nacer, sin poder hacer nada por evitarlo. Son seres siempre perseguidos por las injusticias y las desgracias. «Los tristes», los llama Rosa-lía. Se identifica con esas personas y hace suyo su dolor.

2. La 'saudade'

La saudade es la soledad como destino, la consideración de que la vida del hombre es un ser en soledad. No debemos confundir este ser en soledad con estar en soledad. Estar en soledad es una situación transitoria de quien está solo. La saudade es la con­ciencia de quien se sabe solo. Tampoco se debe identificar la saudade con la añoranza o con la nostalgia, referidas a algo con­creto. Para ello usa el gallego morriña. La saudade es senti­miento puro, sentimiento sin referente concreto, sentimiento de quien sabe que su destino es la soledad. Esta concepción trági­ca de la vida y del hombre como un ser solo permite hacer una lectura existencial de la poesía de nuestra autora. Aunque Rosalía trata este tema en varios poemas del libro («Alma que vas huyendo de ti misma», «No va solo el que llora»), tal vez los poemas más representativos en que trata el tema de la saudade sean «Unha vez tiven un Gravo» y el conocido como «Negra sombra», ambos de Follas novas, que reproducimos traducido a conti­nuación:

Cuando pienso que te fuiste, / negra sombra que me asombras, / al pie de mi cabecera / tornas haciéndome mofa. / Si imagino que te has ido, / en el mismo sol te muestras, / y eres la estrella que brilla, / y eres el viento que sopla. / Si cantan, tú eres quien canta, / si lloran, tú eres quien llora; / y eres murmullo del río, / y eres la noche y la aurora. / En todo estás y eres todo, / para mí, en mí misma moras, / ni me abandonarás nunca, / sombra que siempre me asombras.

Esa «negra sombra» es, en realidad, la saudade, el dolor que experimenta Rosalía al percibir la existencia humana como un ser en soledad. Esa «negra som­bra es símbolo del dolor existencial».
3. La religión

Hay quien piensa que Rosalía era atea; otros, por el contrario, la consideran una ferviente cristiana: tal es la postura contra­dictoria que se aprecia en varios de sus poemas. Lo cierto es que presenta una fe rebelde. Se muestra dura, áspera, enérgica. Lanza duras imprecaciones contra Dios, se rebela contra él.

Al hablar de su poesía religiosa, uno puede plantearse si Rosalía es creyente o no, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que su sentimiento religioso es auténtico. Y es éste un sentimiento lleno de contradicciones y de dudas, con momen­tos de fe auténtica junto a otros en los que Rosalía no cree en ese Dios a quien busca y a quien pide una prueba de su exis­tencia. Ya no se trata aquí de una religiosidad de tipo popular, como en Cantares gallegos, sino de la religiosidad del que busca a Dios de forma angustiada.

Plantea dos cuestiones centrales de la teología: el silencio de Dios y el dolor de los inocentes. En un mundo absurdo al que nos vemos lanzados, en un mundo en el que el dolor y el mal reinan por doquier, Dios no se manifiesta nunca, sólo hay silen­cio en torno a él, nunca da muestras de su existencia y asiste, mudo, a la destrucción de su obra. Esto hace que la fe de la poetisa se tambalee, incluso se pierda.

Con respecto a la segunda cuestión, Rosalía siempre se hace la misma pregunta: «¿Por qué sufren los inocentes?». Los simples, los sencillos, los pobres, los desheredados siempre son los grandes sufrientes. Da la sensación de que Dios se ceba en los inocentes. El principal problema religioso que se le plantea es la existencia del dolor. No lo comprende. Todo esto la llena de dudas y se rebela contra Dios; lo llama a gritos, imprecán­dole. Lo busca, pero sin indicios, sin pistas de su existencia. Y sólo encuentra soledad y vacío. Al final cree porque necesita creer, porque, de otro modo, la vida sería insoportable. Sirvan como muestra de las dudas de Rosalía, ante el silencio de Dios frente al sufrimiento, estos versos del poema «Una luciérnaga entre el musgo brilla»:
Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío. [ ... ]
Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

Cuando ese silencio de Dios y ese dolor de los inocentes se le imponen sobre todo lo demás, Rosalía llega a pensar en la muerte como descanso, como liberación. De hecho, a lo largo de su obra, es constante la presencia del mar, identificado con la muerte. En varias ocasiones, incluso se refiere al suicidio como solución de sus angustias. El comienzo del siguiente poema no admite dudas:
Del mar azul las transparentes olas
mientras blandas murmuran
sobre la arena, hasta mis pies rodando,
tentadoras me besan y me buscan.
Inquietas lamen de mi planta el borde,
lánzanme airosas su nevada espuma,
y pienso que me llaman, que me atraen
hacia sus salas húmedas.

La segunda edición de En las orillas del Sar, de 1909, con prólogo de Manuel Murguía, añade once poemas nuevos. De ellos, el primero y el último son de carácter religioso y rompen por completo la concepción que sobre Dios y la religión ofrece Rosalía en el conjunto del libro. Comprobémoslo leyendo el poema final:
Tan sólo dudas y terrores siento
divino Cristo, si de Ti me aparto;
mas cuando hacia la cruz vuelvo los ojos
me resigno a seguir con mi calvario.
Y alzando al cielo la mirada ansiosa
busco a tu Padre en el espacio inmenso
como el piloto en la tormenta busca
la luz del faro que le guíe al puerto.
4. El amor
Las especiales circunstancias por las que discurrió la vida de Rosalía no la predispusieron favorablemente a tratar el tema amoroso de manera positiva. Pensemos que fue hija ilegítima, que vivió alejada de sus padres, que hubo de soportar las con­tinuas separaciones de su marido por cuestiones laborales, su precaria salud... Todo ello hizo que su concepción del amor no fuese en absoluto optimista. Si a ello añadimos el hecho de que el joven poeta Aurelio Aguirre, de quien, al parecer, es­tuvo enamorada en su juventud, muriera ahogado, se com­prenderá que en su obra poética el amor pleno y feliz no apa­rezca. Sí trata el amor desgraciado, que produce dolor, el amor perdido, el amor que acaba en infidelidad, el que olvida. Y rechaza completamente el amor-pasión, que siempre acarrea desgracias.

¿Qué cuándo le ha olvidado?
¿Quién lo recuerda en la mudable vida,
ni puede asegurar si es que la herida
del viejo amor con otro se ha curado?
¡Transcurrió el tiempo! —inevitable era
que transcurriese—, y otro amante vino
a hacerse cauteloso su camino
por donde el muerto amante ya lo hiciera.

5. Las sombras

Un concepto que se repite constantemente en la poesía de Rosalía es el de las «sombras». Son personas que ya han muerto y que habitan en un «más allá» indefinido que nada tiene que ver con el cielo ni con el infierno. Son personas con las que la autora entabla contacto y con quienes se comunica con relati­va facilidad, pero siempre cuando está sola. Veamos los versos finales del poema «Del antiguo camino a lo largo»:

No lejos, en soto profundo de robles,
en donde el silencio sus alas extiende,
y da abrigo a los genios propicios,
a nuestras viviendas y asilos campestres,
siempre allí, cuando evoco mis sombras,
o las llamo, respóndenme y vienen.

Por supuesto, no hay que confundir esas «sombras» con la «negra sombra». Las primeras, como sabemos, se refieren a per­sonas que han dejado de existir, mientras que la segunda, como antes hemos visto, es un símbolo: el dolor producido por la saudade, por la consideración de la vida del hombre como un ser en soledad.

5.2. Métrica

En su último libro de poemas, En las orillas del Sar, muestra poco interés por la rima y, en cualquier caso, tiene preferencia por la asonante. Tampoco le interesan las estrofas de corte clá­sico ni la isometría (sin llegar a descartarla, por supuesto). Podemos encontrar versos de dieciocho sílabas, constituidos por dos hemistiquios de nueve sílabas cada uno. También uti­liza Rosalía el verso de dieciséis sílabas con cesura y dos hemis­tiquios octosílabos. Junto con los anteriores, también aparece el alejandrino.

En cuanto a las estrofas polimétricas, las hay que combinan el endecasílabo con el octosílabo, el dodecasílabo con el deca­sílabo, el decasílabo con el octosílabo. Finalmente, también podemos ver algún poema en el que se combinan el octosílabo, el decasílabo y el endecasílabo.

Esta forma tan peculiar de combinar los versos hace de Rosalía una innovadora en este terreno y una precursora de las nuevas corrientes que se desarrollarán en la poesía castellana de finales del siglo XIX, sobre todo el Modernismo.

5.3. Estilo y lengua literaria

En Follas novas y En las orillas del Sar, Rosalía abandona el tono popular y adopta otro más grave. Sigue usando la repeti­ción, el contraste, la adjetivación, la comparación, la metáfora, en menor grado, etc. Pero donde destaca especialmente es en el empleo del símbolo. Recordemos que el símbolo es una realidad material que se usa para referirse a otra realidad de carácter abstracto o espiritual. En las orillas del Sar habla del «desierto» de su «alma», de la «fuente» que no mana, del «manantial» que se ha agota­do, de la «sed» que siente.

Esquema


EPÍLOGO
Muchos poemas se publicaron en vida y después de su muerte en las revistas literarias de toda España, sin que ella o su marido lo supieran. Antes de morir encargó a su hija Alejandra que quemara sus papeles manuscritos por lo que no se conservan.

"Cantares gallegos" tuvo un gran éxito entre el pueblo por su sabor popular y por ser considerados el punto de inicio del Rexurdimento galego. Fueron divulgados en América entre las comunidades gallegas. Son tan populares que fueron asimilados por el folclore y actualmente se cantan sin saber que son originales de Rosalía. Atacada por los intelectuales por galleguista y feminista.

En Madrid Rosalía no fue comentada ni difundida, sino más bien marginada por galleguista. En Catalunya fue difundida por el ministro y amigo de su marido, Víctor Balaguer. Su poesía fue recuperada en el siglo XX por Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Antonio Machado y otros autores modernistas. Sus poemas se han traducido al inglés, italiano, portugués, japonés y esperanto.

EN LAS ORILLAS DEL SAR (Madrid, Ricardo Fe, 1884). Edición príncipe. Libro de poemas con una estructura incoherente: los poemas no siguen ningún orden y, al leerlos, producen una impresión de caos y de desorden cronológico y temático. El marido fue el encargado de editarlo y responsable de sus defectos, porque la autora ya estaba enferma terminal.
  • CARACTERÍSTICAS GENERALES
    Huida de la realidad.
    Estilo subjetivo, intimista, pesimista, melancólico.
    Tono elegíaco, desolador, cáustico, cansino, nostálgico, nihilista, amargo.
    Crítica de la emigración y el abandono del campo.
    Concepción trágica del amor y de la existencia.
    Añoranza de la felicidad versus del paraíso perdido.
    Formalmente innovador.
    Fuentes: Espronceda, Heine, Bécquer.º
  • TEMÁTICA
    La injusticia social en Galicia.
    La emigración.
    El abandono del campo.
    El desamor. El amor impuro es negativo (tema obsesivo autobiográfico).
    El matrimonio opresivo.
    El dolor.
    La saudade (el abandono en la soledad).
    La muerte como liberación.
    Los espíritus de los muertos.
    El mar.
    La búsqueda de Dios.
    El silencio de Dios.
    La exaltación de la vejez.
    La tumba como descanso.
    Defensa del suicidio.
  • MÉTRICA
    Polimetría romántica.
    Predomina el verso de arte mayor.
    Mezcla versos de 11 con 8, 12 con 10, 10 con 8.
    Predomina la rima asonante con versos sueltos.
    Destaca el uso de versos de 14 a 18 sílabas con cesura.
    Versos poco armónicos al oído.
    Experimentación métrica semi-libre.
    Estrofa irregular y variable (deseo de libertad).
  • SIMBOLOGIA
    El mar= la muerte.
    Las sombras= los espíritus de los muertos.
    El clavo= dolor espiritual.
    La negra sombra= la saudade, el dolor existencial.
    La fuente seca o manantial= el pesimismo existencial..
    La sed= la ausencia de Dios, el deseo de Dios.
    El desierto= el alma.

09 enero 2009

Rosalía de Castro


Ofrecemos aquí dieciocho poemas del último libro de Rosalía. En ellos queda patente lo que hemos ido adelantando en el estu­dio preliminar: la visión desolada de la vida y del mundo, el dolor y la angustia producidos por la saudade, la fugacidad de la vida, la imposibilidad de recuperar el pasado, el amor perdi­do, etc.
1

Ya que de la esperanza para la vida mía
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría
tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la blanca luz del día.
Contenta el negro nido busca el ave agorera,
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido,
y mi alma en su desierto.

2


Era apacible el día
y templado el ambiente,
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amoroso afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas... es verdad, ha partido
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

3


Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro
quien seca el mar y hace habitable el polo.

4


Moría el sol, y las marchitas hojas
de los robles, a impulso de la brisa,
en silenciosos y revueltos giros
sobre el fango caían:
ellas, que tan hermosas y tan puras
en el abril vinieran a la vida.

Ya era el otoño caprichoso y bello.
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!
Pues en la tumba de las muertas hojas
vieron sólo esperanzas y sonrisas.


Extinguióse la luz: llegó la noche
como la muerte y el dolor, sombría;
estalló el trueno, el río desbordóse
arrastrando en sus aguas a las víctimas;
y murieron dichosas y contentas...
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!

5


Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas, de mi suerte imagen:
no sé lo que me pasa al contemplaron,
pues como yo sufrís, secas y mudas,
el suplicio sin término de Tántalo.
Pero ¿quién sabe?... Acaso luzca un día
en que, salvando misteriosos límites,
avance el mar y hasta vosotras llegue
a apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde,beben su amor los serafines!

6


Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra
cariñosa a la escueta montaña,
donde un tiempo la gaita guerrera
alentó de los nuestros las almas,
y compás hizo al eco monótono
del canto materno,
del viento y del agua,
que en las noches de invierno al infante
en su cuna de mimbre arrullaban.
Que tan bello apareces, ¡oh roble!,
de este suelo en las cumbres gallardas
y en las suaves graciosas pendientes
donde umbrosas se extienden tus ramas,
como en rostro de pálida virgen
cabellera ondulante y dorada,
que en lluvia de rizos,
acaricia la frente de nácar.

¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
y que tornen contigo las hadas
que algún tiempo a tu sombra tejieron,
del héroe gallego
las frescas guirnaldas!

7


Alma que vas huyendo de ti misma,
¿qué buscas, insensata, en las demás?
Si secó` en ti la fuente del consuelo,
secas todas las fuentes has de hallar.
¡Que hay en el cielo estrellas todavía,
y hay en la tierra flores perfumadas!
¡Sí!..., mas no son ya aquellas
que tú amaste y te amaron, desdichada.

8


Ya siente que te extingues en su seno,
llama vital que dabas
luz a su espíritu, a su cuerpo fuerzas,
juventud a su alma.

Ya tu calor no templará su sangre,
por el invierno helada,
ni harás latir su corazón, ya falto
de aliento y de esperanza.

Mudo, ciego, insensible,
sin goces ni tormentos,
será cual astro que apagado y solo
perdido va por la extensión del cielo.

9

Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo,
triste, en la tierra, el color gris domina
¡el color de los viejos!


De cuando en cuando de la lluvia el sordo
rumor suena, y el viento
al pasar por el bosque
silba o finge lamentos
tan extraños, tan hondos y dolientes
que parece que llaman por los muertos.


Seguido del mastín, que helado tiembla,
el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;
el campo está desierto,
y tan sólo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gaviota,
mientras graznan los cuervos.


Yo desde mi ventana
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
el discorde concierto
simpático a mi alma...
¡Oh, mi amigo el invierno!,


mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?


¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!


10


En sus ojos rasgados y azules
donde brilla el candor de los ángeles,
ver creía la sombra siniestra
de todos los males.


En sus anchas y negras pupilas
donde luz y tinieblas combaten,
ver creía el sereno y hermoso
resplandor de la dicha inefable.


Del amor espejismos traidores,
risueños, fugaces...,
cuando vuestro fulgor sobrehumano
se disipa... ¡qué densas, qué grandes
son las sombras que envuelven las almas
a quienes con vuestros reflejos cegasteis!


11


En el alma llevaba un pensamiento,
una duda, un pesar,
tan grandes como el ancho firmamento,
tan hondos como el mar.

De su alma en lo más árido y profundo
fresca brotó de súbito una rosa,
como brota una fuente en el desierto,
o un lirio entre las grietas de una roca.

12


Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes,
ni los pájaros, ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman: —Ahí va la loca, soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraron, ni cómo vivir sin ellos?

13


A LA LUNA
¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

De su pálido rayo la luz pura
como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.

Y el mármol de las tumbas ilumina
con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.


La lejana llanura, las praderas,
el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,


la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cénit puro,
casta virgen solitaria.

14


LAS CAMPANAS


Yo las amo, yo las oigo
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y en el cielo!,
¡qué silencio en las iglesias!,
¡qué extrañeza entre los muertos!


15


En la altura los cuervos graznaban,
los deudos gemían en torno del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo
en los ecos de tal sinfonía;
algo negro, fantástico y mudo
que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,
esparcióse la turba curiosa,
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.

Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos robaron.

16


Aún otra amarga gota en el mar sin orillas
donde lo grande pasa deprisa y lo pequeño
desaparece o se hunde, como piedra arrojada
de las aguas profundas al estancado légarno.

Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
débil a caer vuelve siempre en la tentación.
Y escribe como escriben las olas en la arena,
el viento en la laguna y en la neblina el sol.

Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
ni que eterna repita sus murmullos el agua;
canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.

17


No va solo el que llora,
no os sequéis, ¡por piedad!,lágrimas mías;
basta un pesar del alma;
jamás, jamás le bastará una dicha.


Juguete del Destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.

18


Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan
eternos vigías,
como torrente que se despeña
pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran
recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?


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COMENTARIOS A LOS 18 POEMAS DE ROSALÍA

(Recuerda que están desordenados, la numerción del poema no se corresponde con la numeración del comentario)

1. Las dos primeras estrofas presentan versos endecasílabos y heptasílabos alternos, con rima asonante en los pares. La última consta de dos heptasílabos seguidos de dos endecasílabos, también con rima asonante en los pares. Se trata de una silva arromanzada, si bien en los cuatro últimos versos cambia la rima: de a-a pasa a e-o.
Es éste un poema en el que Rosalía trata el tema amoroso. Y, como se puede observar, lo trata desde el prisma de la pérdida del mismo. Esa llama vital que daba luz a su espíritu, que daba a su cuerpo fuerzas y juventud a su alma, va extinguiéndose poco a poco. Y, de nuevo, su corazón se quedará desalentado y sin esperanza; mudo, ciego, insensible, / sin goces ni tormentos; será como un astro apagado, solo, perdido en el firmamento.
También podemos interpretar esa extinción de la llama vital como una visión cercana de la propia muerte, ya sea ésta del cuerpo o del espíritu.
Observemos, en la segunda estrofa, los contrastes entre calor, el ardor, la pasión amorosa de la sangre y esta misma, helada por el invierno; entre el latir del corazón y su falta de aliento. No hacen sino acentuar la idea de algo que fue y ya no es. De un amor ya perdido.

2. En este poema podemos ver una buena muestra de la origi­nalidad de Rosalía y de su búsqueda de nuevos ritmos, basados en la combinación de versos de diferentes medidas. Los diez primeros son heptasílabos; los dos siguientes, alejandrinos con cesura; a éstos, les siguen diez endecasílabos; desde aquí hasta el final, combina los versos octosílabos con los endecasílabos. En cuanto a la rima, los diez primeros versos presentan rima consonante; las dos siguientes estrofas ofrecen un esquema irre­gular con rima asonante en el segundo y quinto versos. En las cinco últimas estrofas riman los versos pares en asonante, por lo que podrían constituir una variante de la silva arromanzada (recordemos que en la silva clásica se combinan endecasílabos y heptasílabos).
Esta composición se la inspiró la muerte, en 1876, de su hijo Adriano. Rosalía es consciente de lo frágil que es la vida, y acep­ta la muerte como un fenómeno natural. Sin embargo, tras ella siempre quedará su amor de madre por su hijo muerto, porque este amor —dice— es eterno. Como dijimos en nuestro estudio inicial, la autora necesita creer, quiere creer en una vida tras la muerte; necesita aferrarse a ello para convencerse así misma de que cuando ella muera volverá a encontrarse con su hijo. Es de destacar la duda que siempre planea sobre Rosalía: la esperanza de la vida después de la muerte, manifestada en la estrofa seis, se pierde por completo en la última («Nada hay eterno para el hombre...»), en la que, además, se acentúa la idea de la Fugacidad de la vida.

3. Todos los versos de este poema son endecasílabos, salvo el cuarto, que es heptasílabo. Estamos ante una silva asonantada en los pares; los impares quedan sueltos.
De nuevo el paisaje en un determinado momento del día, el anochecer, lleva a Rosalía a exponer su visión subjetiva de la realidad. Notemos cómo, para la autora, la alegría es algo caprichoso, algo subjetivo.
En la primera estrofa, además, alude a la fugacidad de la vida y a la rápida llegada de la muerte: las hojas de los robles, nacidas en abril, mueren en otoño. La alusión a la esperanza de la segunda estrofa se ve contrarrestada en la última con la pre­sencia definitiva de la muerte.
Es interesante reparar en el léxico referido a la muerte que domina todo el poema: moría, marchitas, tumba, muertas, extin­guióse, muerte, murieron, víctimas. También podemos interpretar como elementos referidos a la muerte, las palabras y expresiones siguientes: extinguióse la luz; llegó la noche / como la muerte y el dolor, sombría; / estalló el trueno, el río desbordóse.

4. En el poema Rosalía combina versos alejandrinos (de cator­ce sílabas) con heptasílabos. En este caso, la rima es consonan­te, si bien hay algún verso suelto.
Estos versos corresponden a la parte VII del poema inicial del libro, cuyo título es «Orillas del Sar». En las seis primeras partes, Rosalía contempla el paisaje de su tierra; sale al campo en busca de sosiego, paz y felicidad. Pero no lo consigue: la naturaleza le recuerda el fracaso humano. Se da cuenta de que, mientras la naturaleza se renueva constantemente, el hombre nunca puede recobrar su juventud. En esta séptima parte, Rosalía acepta esta realidad y se aísla del mundo. Considera que para ella ya no existe esperanza alguna (primera estrofa). Es tan grande su desolación, que hasta la «blanca luz del día» es capaz de aumentar su amargura. El único sitio en el que puede refu­giarse es su propia alma, un desierto yermo y sin vida. Obsér­vese el paralelismo entre «negro nido», «antro escondido», «sepulcro», «olvido» y «desierto». Y entre «el ave agorera», «la fiera», «el muerto», «el triste» y «mi alma».

5. Este poema es otra muestra del carácter innovador de Rosalía en la búsqueda de nuevos ritmos basados en la métrica. Combina en él, de forma irregular, los versos decasílabos con los hexasílabos. La rima es asonante.
En cuanto al contenido del mismo, muestra las inquietudes sociales de Rosalía: es una protesta contra la tala de bosques que el gobierno gallego realizó en 1882. La denuncia de la auto­ra no es gratuita, pues considera que la destrucción de los bos­ques llevará a la miseria a los campesinos gallegos que viven de la madera.
El poema presenta imágenes guerreras («donde un tiempo la gaita guerrera / alentó de los nuestros las almas; que algún tiem­po a tu sombra tejieron, / del héroe gallego / las frescas guir­naldas»). El regreso del roble a los montes significará, pues, la vuelta del héroe gallego, que acabará con semejantes desma­nes, culminando así la venganza del pueblo que soporta conti­nuas agresiones por parte de los poderosos.

6. Encontramos en este poema tres estrofas de versos endeca­sílabos, con rima asonante en los pares en cada una de ellas.
En la primera estrofa podemos apreciar la identificación entre el alma de la poetisa y el paisaje. Un paisaje sereno, soli­tario, sencillo, y su gratificante soledad. En la segunda estrofa se pregunta qué es la soledad, para contestarse que ella no está sola, pues el pensamiento llena esa soledad. En la tercera, alude directamente al dolor interior, que siempre la acompaña, que lleva dentro. Reflexiona sobre la alegría y el dolor, para acabar concluyendo que tanto una como otro no provienen de algo externo, sino que el origen de ambos es el propio corazón, tris­te o dichoso.

7. Todos los versos de este poema son endecasílabos, salvo el séptimo, que tiene siete sílabas. El segundo y el cuarto, por un lado, y el sexto y el octavo, por otro, riman en asonante.
Es éste un poema en el que, de manera más palpable, se muestra la pérdida total de esperanza de Rosalía. Cuando ello ocurre, no le queda otro remedio que escapar, huir de sí misma para intentar acabar con el desasosiego que la invade, para encontrar algo que dé sentido a su vida. Sin embargo, es cons­ciente de que no logrará su empeño, pues su mal va siempre con ella, sin poderlo evitar: ese dolor del alma, ese desconsue­lo, ese pesimismo, es algo connatural a ella, e irá con ella allí adonde vaya. Seguramente tiene mucho que ver el tema de esta poesía con la saudade, con esa angustia interior que le produce el sentirse sola en este mundo.

8. El poema consta de cinco estrofas irregulares en las que se combinan versos endecasílabos y heptasílabos, con rima aso­nante en los pares. Los impares quedan sueltos. Estamos, pues, ante una silva arromanzada.
De nuevo hemos de hablar de la identificación entre el pai­saje y el alma de la poetisa. Aquél es un símbolo de la desolación y el desánimo de ésta. Rosalía contempla, desde su ventana, un paisaje invernal dominado por el color gris. Fijémonos en los adjetivos cromáticos referidos a la naturaleza que se describe: cenicientas, cenicientos, parda, pardas, gris. Un color que Rosalía asocia a los viejos y a la muerte. Lo mismo ocurre con los adjetivos referidos a los sonidos: sordo rumor de la lluvia; el viento finge lamentos extraños, hondos y dolientes. Y, por si no hubiera bastante, esos lamentos llaman por los muertos.
En ese ambiente desolado, gris, triste y frío, un labrador con su mastín cruza el monte. Y en ese campo desierto aparece una nota de color: un campo verde y una gaviota blanca. Podría interpretarse como un signo de esperanza, pero esta idea ense­guida se neutraliza cuando nos damos cuenta de que esta gaviota se posa en un charco que negrea, mientras graznan los cuervos. El blanco de la gaviota no hace sino resaltar, por con­traste, el negruzco paisaje.
Así se encuentra el alma de Rosalía, sola, envejecida, triste, desierta, helada, sin vida.
En la parte final del poema, la autora muestra su predi­lección por este tipo de paisajes, a la vez que manifiesta su deseo, su esperanza, tal vez, de que ese invierno de su vida sea el precursor de una alegre primavera, una primavera hermo­sa y eterna. Pero se trata sólo de un deseo, de un sueño inal­canzable.

9. En este breve poema se combinan versos endecasílabos y heptasílabos. En la primera estrofa riman el primer verso con el tercero y el segundo con el cuarto, en consonante. En la segun­da riman los pares, en asonante.
Otra vez insiste Rosalía en la identificación entre pensa­miento, duda y dolor. Éstos siempre la acompañan, siempre los tiene en su alma. Y esta duda y este dolor no son algo insigni­ficante: son grandes y anchos como el firmamento; y tan hon­dos como el mar.
En ocasiones, en esta alma atormentada surge una esperan­za, esperanza que pronto se desvanece, como una fuente en el desierto (se seca) o como un lirio entre las grietas de una roca (se marchita).
Al final, sólo le queda el desengaño, la desesperanza. Y, como inseparable compañero, el dolor.

10. Constituyen esta composición catorce versos hexadecasíla­bos con cesura, con lo que cada verso presenta dos hemisti­quios de ocho sílabas. Los versos están distribuidos en tres estrofas monorrimas en asonante de siete, cinco y dos versos respectivamente.
Se presenta aquí Rosalía como una loca que oye hablar a diferentes elementos de la naturaleza. Éstos, en efecto, la lla­man loca por soñar con la eterna primavera, aunque pronto será una vieja cuya vida se apagará. Sin embargo, no está loca, es consciente de que tiene los cabellos canos, de que hay escar­cha en los prados, a pesar de que ella siga soñando con esa eter­na primavera de la vida que se apaga. Es verdad que la vida se apaga, que se acaba, pero no es menos cierto que se puede hacer frente a esa realidad amarga con los sueños. Pero esto es una quimera, un imposible, pues no se puede combatir la triste rea­lidad con los sueños. O tal vez son los sueños los que dan sen­tido a su vida y constituyen la única posibilidad de sobrepo­nerse a la desolada realidad de su existencia.

11. El poema da muestras del gusto de Rosalía por ensayar nue­vas posibilidades rítmicas. Aquí utiliza versos decasílabos, com­binados con dos hexasílabos (cuarto y décimo) y un dodecasí­labo (el último). Riman los pares en asonante.
El amor no es tema preferente de Rosalía, y menos aún el amor feliz. Más bien al contrario: la autora suele insistir en las dificultades que el amor lleva aparejadas. El amor distorsiona la realidad, crea espejismos que desaparecen con el tiempo. A la felicidad inicial del amor suele seguir el desengaño, pues el amor también se pierde con ese mismo paso del tiempo. Y, al perderse, las almas quedan llenas de sombras. Y entonces apa­rece el dolor impregnándolo todo. Además, para la autora, el amor-pasión es algo que nunca puede acabar bien, porque nada hay de bueno en él.
Tal vez esta concepción del amor de Rosalía tenga mucho que ver con su vida personal, de niña y de esposa.

12. Rosalía vuelve a ensayar en este poema una combinación de versos extraña a la poesía castellana: endecasílabos y octosílabos alternos. En las cinco estrofas se repite el mismo esquema métrico: 1 la, 8b, 1 la, 8b, con rima consonante.
Esta poesía no está en consonancia con el contenido general del libro. Es un canto al paisaje gallego contemplado en una noche en que la luna brilla de forma especial, iluminando abso­lutamente todo. Excepcionalmente, se respira una profunda paz y tranquilidad y sosiego interior en todo el poema, lo que indica que es fruto de un momento de especial placidez de la autora.
En cualquier caso, se aprecian resonancias típicamente románticas: la noche, el pálido rayo de luna, el mármol de las tumbas, la melancólica lumbre, el mar de espuma cubierto, las ondas plañideras, el blanco arenal desierto, la iglesia, el campa­nario, el viejo muro, la virgen solitaria.
También se respira en el ambiente un cierto aire de inocen­cia, de pureza virginal. Notemos los siguientes sustantivos y adjetivos que hacen referencia a esta idea: pura y serena trans­parencia, cándida inocencia, no tiene mancha ninguna (inmacu­lada), luz pura, casta virgen solitaria.

13. Nos encontraríamos ante un romance clásico, si no fuera porque los versos 9 y 14 tienen once sílabas cada uno. Los demás son octosílabos. Riman todos los pares en asonante; los impares quedan sueltos.
Rosalía aprovecha cualquier circunstancia para mostrar el profundo amor que siente por su tierra. En esta ocasión, ima­ginar que las campanas dejan de tocar para siempre la llena de tristeza y acentúa su sensación de soledad. Porque esas campa­nas llenan de alegría y paz, no sólo el lugar, sino también el alma de la autora.
Al tratar de los temas de la poesía de Rosalía, vimos cómo un elemento que aparece repetidamente en sus poemas es el de las sombras, referidas a personas que han fallecido pero que, de alguna manera, siguen ahí; muertos que hablan con ella y que se le aparecen cuando los invoca. Este poema pone de manifiesto la familiaridad de Rosalía con ese mundo ultraterreno, con ese «más allá», vago e indefinible, que nada tiene que ver con la concepción cristiana de la vida y de la muerte, con el cielo y con el infierno. Y su relación con esas sombras, con esos muertos, es tal, que se identifica con ellos: la naturaleza se llenaría de triste­za y soledad si callaran las campanas. También Rosalía sentiría esa soledad y esa tristeza. Y ese silencio, impropio del lugar, acos­tumbrado al tañido de sus campanas, causaría extrañeza hasta a los propios muertos. Nótese cómo esta idea pone de manifiesto que los muertos, las sombras rosalianas, siguen participando del mundo de los vivos: oyen los tañidos de las campanas como cualquier ser viviente y les agrada oírlos.

14. El poema lo componen tres estrofas de cuatro versos alejandrinos con cesura. Presenta, por tanto, dos hemistiquios de siete sílabas cada verso. En las tres riman los pares en asonante; los impares quedan sueltos.
Se pregunta Rosalía en este poema si realmente sirve de algo escribir poesía. Si lo que se escribe vale realmente la pena, dura poco; y si carece de valor, desaparece enseguida.
En la segunda estrofa intenta Rosalía indagar los impulsos que mueven a escribir al poeta y apunta tres posibilidades: vicio, pasión o enfermedad del alma. Por eso el poeta cae siempre en la tentación, sin poder evitarlo. Y si lo que escribe el poeta es tan efímero como lo que escriben las olas en la arena, el viento en la laguna o el sol en la neblina, ¿vale la pena escribir?; ¿debe añadir otra gota (amarga) a ese mar sin orillas?
Si antes ha dicho que la poesía es un vicio, una pasión, una enfermedad, que están, por tanto, en el alma del que escribe, en la tercera estrofa considera el canto del poeta como algo natu­ral. De la misma manera que cantan los elementos de la natura­leza, el agua, el viento, el sol o el ave, el poeta también canta, pues no es menos que ellos.

15. Este breve poema está constituido por ocho versos de once y siete sílabas combinados de forma irregular. Presenta rima asonante en los pares; los impares quedan sueltos. Tiene, pues, el esquema métrico de la silva arromanzada o asonantada.
Como vimos al hablar de En las orillas del Sar, el dolor siem­pre acompaña a Rosalía allí adonde vaya. Rosalía tiene perfec­tamente asumida esa realidad. Precisamente, esta idea la lleva a pensar que el que sufre, el que está lleno de dolor, nunca está solo, porque éste siempre lo acompaña. El dolor es algo conna­tural a Rosalía, algo que lleva dentro de forma permanente. Ahora bien, ¿de dónde surge ese dolor? Seguramente, de la sen­sación de soledad que la embarga, de saber que su vida es un ser en soledad, de la saudade. Insistimos de nuevo en que no hay que confundir ser en soledad, que es algo esencial y permanen­te, con estar en soledad, que es algo transitorio y que se acaba cuando estamos con alguien.
Además de lo expuesto, observemos cómo en los últimos versos destaca la idea existencial de que el hombre es un ser lanzado al mundo sin saber exactamente cuál es su destino ni el sentido que este hecho tiene.


16. Es éste uno de los poemas menos convencionales de Rosalía en cuanto a la métrica se refiere. Aparecen versos pentasílabos, hexasílabos, decasílabos y dodecasílabos, distribuidos en tres estrofas y combinados de forma irregular. La rima es asonante, y hay algunos versos sueltos.
El tema de este poema es de gran tradición en todas las lite­raturas europeas desde la Edad Media: la fugacidad de la vida. Mediante imágenes sugerentes, nos habla Rosalía, en la prime­ra estrofa, de cómo pasa la vida, despeñada como un torrente. Y en ese pasar rápido, el cielo y la tierra, límites de nuestra vida, permanecen vigilantes para que esa ley universal se cum­pla inexorablemente.
En la segunda estrofa, Rosalía acude de nuevo a las imáge­nes para afirmar algo también obvio: todo lo que pasa es irre­cuperable, como el perfume de la flor una vez marchita o los rumores y las quejas de las olas al llegar a la playa. Como decía ovidio, « Tempus irreparabile fugit», el tiempo huye de forma irreparable.
En los versos finales recurre la autora a la antigua —y tan actual— fórmula del «¿ubi sunt?» para acentuar esa idea de fuga­cidad y caducidad: todo, absolutamente todo, las alegrías y las tristezas, ha desaparecido.

17. El poema lo componen cuatro estrofas que combinan versos decasílabos y dodecasílabos de forma irregular. En las cuatro se repite el esquema de la rima: el primero con el tercero y el segundo con el cuarto, en consonante.
Rosalía describe la escena de un entierro. En la primera estrofa nos cuenta cómo los familiares y allegados (deudos) profieren lamentos por el fallecido. Y a ese concierto lastimero se suman los graznidos de los cuervos y los bramidos de las olas. Pero ese triste concierto se convierte, en la segunda estro­fa, en una sinfonía que tiene algo de irónico, rudo, negro, fan­tástico y mudo que hiere las cuerdas del alma.
De pronto, en la tercera estrofa, cesan los cantos (antes con­cierto y sinfonía), el cortejo fúnebre se marcha y dejan al muer­to solo en su fosa.
En la última estrofa se nos presenta al cortejo alejándose, un cortejo del que Rosalía destaca las orlas del estandarte fune­rario flotando al viento, como flota la pluma que el viento ha arrancado a un ave nocturna.
Todo en esta composición parece carecer de sentido, hasta la ceremonia final de la vida, que es la muerte. Rosalía parece no dar valor a todos esos signos externos de dolor por la muerte de alguien, tal vez porque el dolor es algo interior, que no necesi­ta manifestarse públicamente. La sensación de absurdo que se respira en todo el poema parece sustentar esta idea.
En cualquier caso, merece destacarse el ritmo ceremonioso, de ritual, propio de los cantos funerarios, que presenta el poema desde el principio hasta el final, conseguido mediante la repetición de esquemas acentuales: a una sílaba tónica le siguen dos átonas. El léxico empleado también contribuye a destacar ese ambiente musical que impregna el poema: concierto, sinfo­nía, canto. Pero los gemidos de las personas se mezclan con graznidos de cuervos, bramidos de olas, acentuando de nuevo esa sensación de absurdo.
Observemos también el profundo contraste que se produce entre el alboroto de los cantos y el silencio y la soledad en que queda el muerto en su fosa.

18. Es éste un poema de dieciséis versos endecasílabos, distri­buidos en dos estrofas de ocho versos cada una. En ambas, riman los versos pares en asonante.
Una vez más, nos encontramos ante una identificación de la autora con un elemento de la naturaleza: las arenas de la playa, a las que llega de forma continúa el agua del mar, pero siempre retrocede, de forma que aquéllas nunca pueden retener a ésta. Ambas, las arenas y Rosalía son como Tántalo, condenado a sufrir sed eterna.
Rosalía no especifica cuál es el objeto de su sed, de sus ansias. Puede tratarse de un anhelo imposible, propio de la naturaleza humana. En cualquier caso, estas ansias son insacia­bles, con lo que el sufrimiento y el dolor son continuos.
De la lectura de la segunda estrofa, podemos pensar que lo que plantea Rosalía es el ansia de Dios, de llegar a él, de com­prenderlo, de creer en él, de que haya un «más allá» entendido a la manera cristiana. Sin embargo, las expresiones «¿quién sabe?» y «¡quién sabe!» ponen de manifiesto la actitud de la autora, que se mueve entre la duda y la esperanza.